sábado, 3 de marzo de 2012

DEDICA UN MOMENTO A VER REALMENTE (Reflexión)



Todos hemos oído el consejo: hay que saber detenerse a oler las rosas, pero ¿con cuánta frecuencia nos tomamos, en realidad, el tiempo necesario para salir del ritmo frenético de la vida actual para contemplar el mundo que nos rodea?

Son demasiadas las veces que nos dejamos atrapar por nuestra agenda repleta o por el recuerdo de lo que tenemos que decir en nuestra próxima conferencia, o que nos distraemos con el tránsito urbano o con la vida en general, hasta el punto de
que ni siquiera nos damos cuenta de que hay otras personas a nuestro alrededor.

Yo soy tan culpable como cualquier otro de desconectarme del mundo, especialmente cuando conduzco por las atestadas calles de California.

Hace poco, sin embargo, fui testigo de algo que me hizo ver hasta qué punto el hecho de andar siempre refugiándome en mí mismo me ha impedido tomar plena conciencia de la imagen de todo lo que me rodea.

Acudía en mi coche a una reunión de negocios y, como es habitual, iba planeando mentalmente lo que quería decir, cuando llegué a un cruce muy
atestado con el semáforo en rojo. «Vale —pensé—, si me adelanto a todos, podré pasar el próximo semáforo.»

Tenía la mente y el coche con el piloto automático puesto, a punto para arrancar, cuando repentinamente una visión inolvidable me arrancó de mi trance. Una joven pareja, ciegos los dos, estaban cruzando, tomados del brazo, mientras los coches zumbaban en ambas direcciones. El hombre llevaba de la mano a un niño pequeño, mientras que la mujer apretaba contra el pecho una mochila porta-bebés, evidentemente ocupada. Cada uno llevaba un delgado bastón blanco, con el que buscaba a tientas las pistas para salir indemne de la aventura de aquel cruce.

Al principio me sentí conmovido. Aquel matrimonio estaba superando algo que, a mi parecer, es una de las peores desventajas... la ceguera. Pensé en lo terrible que debía de ser aquello, pero el horror me paralizó al ver que la pareja no seguía caminando por el paso de peatones, sino que se estaba desviando en
diagonal, directamente hacia el centro del cruce.
Sin darse cuenta del peligro que corrían, se encaminaban directamente hacia los coches que se acercaban.

Me asusté, porque no sabía si los demás conductores entendían lo que estaba sucediendo.

Mientras contemplaba la escena desde la primera línea de tráfico (tenía el mejor asiento del teatro), pude ver cómo ante mis ojos se producía un milagro.

Todos los coches en todas las direcciones se detuvieron simultáneamente. Ni siquiera se oyó un grito de «¡Salid del paso!». Todo quedó inmóvil. En aquel momento pareció como si el tiempo se hubiera detenido para esa familia.

Atónito, recorrí con la mirada los coches que me rodeaban, para asegurarme de que todos veíamos lo mismo. La atención de todos estaba igualmente fija en la pareja. De pronto, el conductor que estaba a mi derecha reaccionó y sacó la cabeza por la ventanilla para gritar:

—¡A vuestra derecha, a vuestra derecha!
Otros se le unieron, gritando al unísono:
—¡A vuestra derecha!

Sin perder ni un instante su ritmo de paso, la pareja rectificó su dirección siguiendo las instrucciones de los conductores. Confiados en su bastón blanco y en las voces de los preocupados ciudadanos, llegaron al otro lado de la calle.

Cuando subieron al bordillo, me sorprendió que aún siguieran cogidos del brazo.

Me dejó desconcertado que sus rostros no expresaran emoción alguna y pensé que no tenían la menor idea de lo que en realidad estaba sucediendo a su alrededor, pero inmediatamente sentí los suspiros de alivio exhalados por todos
los conductores que estaban detenidos en aquel cruce.

Mientras recorría con la vista los coches que me rodeaban, el conductor que tenía a mi derecha articuló:

—Pero... ¿ha visto usted eso? —al mismo tiempo que el de mi izquierda decía:
—¡No puedo creérmelo!

Creo que todos estábamos hondamente conmovidos por la escena que acabábamos de presenciar. A nuestro alrededor había seres humanos que durante un momento habían ido más allá de sí mismos para ayudar a cuatro
personas que lo necesitaban.

Desde que sucedió aquello he reflexionado muchas veces sobre esa situación y he aprendido varias lecciones importantes. La primera es: «Ve más despacio y podrás oler las rosas»... algo que raras veces había hecho yo hasta entonces. Tómate tiempo para mirar a tu alrededor y para ver realmente lo que está sucediendo ante ti en ese preciso instante. Hazlo, te darás cuenta de que
cada momento es crucial y, lo que es más importante, que este momento es todo lo que tienes para marcar una diferencia en tu vida.

La segunda lección que aprendí es que lo que nos permite alcanzar los objetivos que nos fijamos es la fe en nosotros mismos y la confianza en los
demás, a pesar de obstáculos aparentemente insuperables. El objetivo de la pareja de ciegos era, simplemente, llegar sanos y salvos al otro lado de la calle.

Su obstáculo eran ocho filas de coches que se dirigían directamente hacia ellos. Y, sin embargo, sin titubeos, sin pánico, siguieron avanzando hasta alcanzar su meta.

También nosotros podemos seguir adelante en pos de nuestros objetivos, poniéndonos orejeras para evitar ver los obstáculos que se interponen en
nuestro camino. Sólo necesitamos confiar en nuestra intuición y dejarnos guiar por otros que quizá los vean con mayor claridad.

Por último, aprendí a apreciar verdaderamente el don de la vista, algo que con demasiada frecuencia había dado por sentado. ¿Podéis imaginaros lo
diferente que sería la vida sin vuestros ojos?

Procurad por un momento imaginar cómo sería tener que atravesar una calle atestada de tráfico sin poder ver. Pensad con cuánta frecuencia nos olvidamos de los dones, tan simples como increíbles, que nos brinda la vida.

Me alejaba de aquel cruce y lo hacía con más conciencia de la vida y con más compasión hacia los demás de la que tenía al llegar allí. Desde entonces, he tomado la decisión de estar realmente atento a lo que sucede mientras me
ocupo de mis actividades cotidianas y uso los talentos que Dios me ha concedido para ayudar a otros menos afortunados.

Mientras sigues tu camino por la vida, hazte un favor: demora el paso y tómate tiempo para ver, para ver de verdad. Párate y contempla lo que está
sucediendo a tu alrededor en ese momento, ahí mismo, donde estás. Puede ser que te estés perdiendo algo maravilloso.

JEFFREY THOMAS

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